Había quedado, ya viernes por la noche, salir con un amigo a una fiesta muy cerca de mi casa, la conversación había terminado con un «si, dale, terminamos de comer y nos llamamos». Estaba haciendo tiempo, después de cursar en la facultad toda la tarde. Dormir o no dormir, esa era mi cuestión.
Hablé con un amigo que hacía un año que no nos veíamos.
_ Vení a comer por lo menos ya que estas al pedo ahora, te esperamos!. No lo pensé demasiado, agarré un vino de una estantería y salí mocha.
En el camino, mientras que estaba que llovía y que no, me bajo del colectivo, ya un poco manija por llegar y con el vino en la mano, se me ocurre cruzar no del todo bien la calle. En el apuro y con sandalias de suela de goma berreta, entro con un pie en la vereda por la rampa de discapacitados, y con un leve movimiento, mi otro pie, suavemente, casi como en cámara lenta, se eleva por los aires pero mas en un sentido diagonal, tan lento que me permitió caer igual de suave, con el culo de coté. Pero eso si, con la botella bien alta. Ella tampoco se mancha, ni se rompe. Así como me había deslizado suavemente por el áspero cemento, me levanté casi con el mismo envión y seguí las pocas cuadras que me faltaban, tentada y con la camisa blanca teñida de marrón.
Cuando llegué ella me bajó a abrir. Estaba contenta, hace mucho tiempo que no la veía. Había aprendido a quererla mucho en el poco tiempo de nuestra relación. Le conté lo sucedido y nos reímos juntas.
_ Ay a ver… querés ponerte hielo?. Me decía mientras mirábamos mi no tan pequeño rasguño en el cachete de mi cola.
La escena se repitió una vez llegadas al departamento. Ahora el que comentaba mi lamentable episodio y los cuidados pertinentes de mi averiada parte trasera, era él.
Nos sentamos los tres en el balcón. El vino ya había sido descorchado. Ella propuso una comida pero todos acordamos que podíamos alimentarnos a base del auténtico elixir de la vida. Charlamos sobre muchas cosas, lo político siempre era EL tema, pero esa vez se puso bastante personal. Hablamos de vacaciones, de familiares, y nos volvimos a meter en política, y por primera vez en la escritura. En algún momento ella estiró sus piernas y las puso sobre las de él, haciendo ojitos consiguió unos masajes en los pies. Rápidamente me pregunto si quería gozar de los mismo beneficios, y casi sin pensar dije:
_ y si, dale, si es gratis por qué no.
Pasadas un par de horas, capaz tres o cuatro, eso serían mas o menos las tres de la mañana, ella se disculpa y nos comenta que estaba muy cansada, y que con nuestra bendición se iba a ir a dormir. Cuando ella se fue, la conversación siguió íntima, y recordamos algunos eventos del pasado, de nuestro pasado, que no todos eran momentos amenos ni recordadas con el mayor de los placeres. Después de un rato de intimidad entre nosotros decidió retomar lo que jamas había quedado en el olvido. me pidió un beso o varios a lo que me negué rotundamente. Mi única arma fue no querer ser la tercera en discordia. Me levantaba, iba a su erotizante biblioteca y volvía, iba al baño y volvía, me levantaba a poner música y siempre volvía. Por momentos me seguía, en otros me esperaba en el balcón. Estaba decidido a convencerme, como siempre. Sólo que esta vez, todo era diferente. No la situación, sino yo, había cambiado, y mucho. Ahí fue cuando en su momento decidí creer tus palabras de que era bienvenida en esa pareja, que era querida, hasta buscada.
Esa fue la primera vez que lo besé. Y la primera que lo disfruté. Sus besos eran distintos aunque seguramente siempre besó igual, suaves, húmedos. Su lengua era todo un descubrimiento, como el placer de sentirla casi entera dentro de mi boca. Rápidamente nos levantamos entre besos. Nuestros cuerpos eran imanes. Sin mediar palabra entendí que quería que me acostara en el sillón. Mojó sus dedos con tu hermosa y húmeda saliva, la baba mas suave, y mientras me besaba bajaba tu mano deslizándola por debajo de mi short, quitando mi bombacha del camino.
Hacía mucho tiempo que no me entregaba de esa manera, sin que medie pensamiento alguno. Como se disfruta así.
Sin quitarlo de encima, básicamente lo obligue a sentarse y me invité descaradamente a quedar encima suyo. Mientras tenía su cara en mi pecho, con una mano apretada mi cuerpo contra el suyo, y con la otra bajaba el bretel de mi corpiño y llevaba su boca a mi hombro, insistiendo en besa todos los rincones de mi cuerpo. Así terminamos, intensos, pasionales, pegados, como queriendo meternos adentro del cuerpo del otro, con mi mano en tu espalda y la otra en tu nuca, bordeando la necesidad de excederme, nos dimos el último abrazo, el primero de muchos capaz, que luego de algunos segundos de un silencio ruidoso y una quietud temblorosa me despediste, diciendo:
_ La próxima traete el pijama.